Constituyente: Manual de Instrucciones
Desde Excreción Social observamos el espectáculo con el asombro habitual que reserva un país al circo que lo gobierna. En el centro del escenario, el líder del Palacio del Retrete (Gustavo Francisco Petro Urrego, Alias: Aureliano, el Presidente de Colombia) despliega su última receta política: una Asamblea Nacional Constituyente, presentada como el antídoto contra todos los males, pero servida con la textura espesa de las sopas ideológicas recalentadas.
No hay nada más elegante que envolver una ambición total en papel de democracia. El discurso suena a redención, pero huele a fermento. Promete participación, pero ya viene con las firmas contadas, las sillas reservadas y la tinta prestada desde lejanas oficinas donde la libertad se imprime en letra pequeña y censura grande.
El país, cansado de su propio eco, aplaude. Algunos por convicción, otros por costumbre, y muchos porque confunden el humo con incienso. Así comienza el nuevo acto de la comedia nacional: refundar la república con las manos de quienes nunca la entendieron, bajo la mirada complaciente de los que creen que un cambio de constitución equivale a un cambio de conciencia.
El perfume de la revolución reciclada
El guion no es nuevo. Cada generación de iluminados tropieza con el mismo espejo y jura que esta vez el reflejo es distinto. Las palabras “pueblo”, “justicia social” y “poder constituyente” vuelven a salir de la despensa política, condimentadas con promesas de refundación moral. Pero el aroma es el mismo: una mezcla de populismo y perfume de Estado.
En nombre de los oprimidos se reescriben las reglas del juego, y en nombre del progreso se reinstala el control. El poder, ese viejo adicto a su propio monólogo, se disfraza de humildad participativa mientras afila el lápiz con el que firmará su eternidad.
Desde Beijing, la fábrica global de orden y silencio, se toman notas. Desde un Caribe que aún repite consignas de otra era, llegan ecos familiares de asambleas que comenzaron con aplausos y terminaron con listas negras.
El manual ya fue escrito: basta cambiar los nombres, ajustar la retórica y servir caliente el plato de siempre.
Beijing: la fábrica del nuevo credo democrático
En los corredores donde los ideólogos pulen sus consignas, se admira la eficiencia de Oriente. No en su arte, ni en su filosofía milenaria, sino en su impecable capacidad de disciplinar almas. Se llama “modelo político”, pero en el fondo es una receta industrial para fabricar obediencia.
El nuevo constitucionalismo importado tiene un sabor exótico: mezcla de control digital, vigilancia moral y redistribución narrativa. En esas cocinas lejanas, la palabra “libertad” se sazona con burocracia y se sirve fría, en porciones racionadas.
Cuando un país decide alquilar su soberanía intelectual a potencias que venden estabilidad como si fuera incienso, el resultado es predecible: una democracia con aroma a fábrica, un pueblo agradecido por sus propias cadenas, y una constitución que promete justicia mientras exporta silencio.
Miraflores, el espejo del Caribe
Del otro lado del mapa, el espejo caribeño devuelve una imagen conocida. Hace años, un caudillo con verbo y uniforme prometió que un nuevo pacto social limpiaría el alma de su nación. La refundación terminó oliendo a petróleo y represión. Hoy, su método es una franquicia: la dictadura tropical como producto de exportación.
La historia se repite, no porque el destino sea cruel, sino porque el electorado olvida. Cada nuevo líder promete “la verdadera democracia” y termina escribiendo sus propios evangelios en tinta indeleble. Las constituciones se convierten en mandalas de poder: bellas, circulares y eternas en apariencia, pero vacías en contenido.
Mientras tanto, el ciudadano común —ese héroe de bolsillo— celebra el cambio sin advertir que lo han sentado en la misma mesa, con el mismo menú, solo que con un nuevo nombre en la carta.
Los devotos del cambio sin memoria
La masa creyente (pueblos latinoamericanos influenciados por populismo que repiten consignas y confunden euforia con libertad.) se forma rápido. En cuestión de días, los conversos aprenden los nuevos cánticos de redención. Hablan de “refundar”, “reparar”, “reconstruir”, como si el país fuera un mueble de segunda. En su entusiasmo no advierten que quienes los convocan no son carpinteros, sino vendedores de humo.
El nuevo credo político se predica desde los balcones del poder con la fe de quien ha descubierto la fórmula para reinventar la historia. Pero cada sermón es un reciclaje, cada idea un eco, cada promesa un placebo.
Ortega y Gasset, que entendía de multitudes antes de que existieran las redes, advirtió que el hombre-masa se cree soberano porque grita; confunde su ruido con pensamiento. Hoy, las redes sociales han reemplazado la plaza pública y el ciudadano indignado se convierte en trending topic mientras le cambian la constitución bajo los dedos.
El “manual del perfecto idiota latinoamericano” —ese viejo tratado sobre el autoengaño continental— vuelve a tener vigencia. La idiotez, decían, no es falta de inteligencia, sino exceso de fe en las utopías que huelen bien en el papel y apestan en la práctica.
Epílogo para un país con buen olfato
Toda democracia tiene su aroma. La nuestra, por momentos, huele a desinfectante recién rociado sobre una letrina vieja. No hay constitución que purifique un sistema construido sobre la lealtad al poder y la amnesia colectiva.
Quizá la verdadera refundación no sea reescribir el país, sino aprender a leerlo. Pero eso no da votos, ni titulares, ni aplausos en foros internacionales. Exigir ciudadanos pensantes es más impopular que prometerles un nuevo comienzo.
Desde Excreción Social miramos este teatro con la serenidad de quien ya conoce el libreto. Los aplausos vendrán, los discursos se repetirán, y el perfume de revolución se evaporará dejando el mismo olor de siempre: el de una patria que confunde su hedor con identidad.
Y entonces, cuando todo vuelva a empezar, tal vez alguien se atreva a preguntar —no con rabia, sino con conciencia—:
¿Cuántas veces más fingiremos que esta vez el olor es distinto?
Desde Excreción Social
«Noticias para estómagos fuertes.»

